Sudo y sonrío mientras ellas pujan en el Horno.
Pequeños milagros dulces que cuestan poco y valen mucho;
esponjosos,
tiernos,
escasos bocados de normalidad,
de abuela,
del día a día.
Cada una distinta, pequeñas hijas que ves crecer.
Antes de querer darte cuenta,
has de apartarlas del calor protector del Horno,
listas para enfrentarse
al mundo que les rodea.
No te cansas de verlas dorar
unas veces bonitas,
feotas algunas más.
Siempre avaladas por su buen olor,
ese sutil aroma a limón,
se enfrentan a su destino con dignidad.
Las Magdalenas.
*Pido perdón públicamente por esta verborrea inconsistente que parece sacada del peor viaje de ácido del Woodstock del 69.