Al día siguiente, me volvió a ocurrir lo mismo. Y al otro y al siguiente también, y así durante no sé cuánto tiempo.
Mi cuerpo se nutría de la imaginación que derrochaba mi córtex cerebral y quedaba tan repleta que el simple hecho de pensar en comida mundana y terrenal me producía violentos espasmos y náuseas que ascendían desde lo más recóndito de mi estómago.
Y un día, de repente, ocurrió. Al principio no me di cuenta de lo que estaba pasando. Me sentía como una pluma a la que la cálida brisa estival mece suavemente. Y pensé en volar a través de mi ventana. Y al segundo me encontré flotando delante de la ajada fachada de mi edificio.
En este punto supongo que debiera haberme asustado. Por el contrario me embargó una emoción que no había sentido nunca.
Pensé que me gustaría ver mi ciudad desde el cielo. En el tiempo en que mis neuronas tardaron en materializar la imagen de mi idea me encontré sobrevolando la pequeña urbe en la que había vivido desde el día en que nací.
Empecé a agobiarme por la impureza del aire que alli se respiraba, y se me ocurrió que sería magnífico ver el planeta tal y como lo veían los intrépidos astronautas que se aventuran mas alla de la estratosfera, llegando inclusive hasta la Luna.
Y el orbe auzul que es la Tierra se presentó ante mi con toda su grandiosidad, pero amablemente, como inclinándose levemente para saludar a un igual.
Pensé en cómo se vería el Sol desde Plutón y más tarde el centro de la galaxia requirió mi atención.
Viajé por planetas, dejando atrás nebulosas, novas y supernovas, asistiendo a los choques de infinidad de meteoritos contra lunas de tamaño infinitamente mayor que nuestro modesto satélite, siendo acompañada por alegres cometas que parecían querer desviarse de su excéntrica órbita para seguirme.
Finalmente, mi ambición y mi curiosidad me hicieron desear llegar a las fronteras de nuestro Universo. Lo que ví al mirar más alla me dejó tan abrumada que en menos de una millonésima de segundo deshice todo el camino, volví a mi planeta, a mi ciudad, a mi edificio, a mi triste habitación.
Y alli no supe si lo que había pasado era real o imaginario.
Entonces me di cuenta de que tenía tanto hambre como si no hubiese comido en semanas..."
Esta foto fue tomada en Sotolargo (Guadalajara) una bonita tarde a finales de verano
2 comentarios:
Hola! Mi primer comentario en tu blog! :-)
Que bonita esta historia. Me gustó mucho cuando me la enseñaste y me gusta ahora al leerla otra vez. Pues nada, solo pasaba para saludarte. Y sigue escribiendo así...
Un beso.
:)Volar es precioso, aunque sea con la imaginación :)
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